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Juan Carlos Onetti: Una vida soñada


Héroe de la renuncia
En 1975, Juan Carlos Onetti se exilia en Madrid, en un ático de la Avenida de América, y allí vivirá los diecinueve años siguientes, cuidado y velado por su cuarta esposa, Dolly Muhr, a la que había conocido trabajando en la agencia Reuters. Durante los dos primeros años expatriado no puede escribir ni una línea, traumatizado aún por su absurdo encarcelamiento. Atenazado aparentemente por la desidia, hace de su cama su nido permanente y se libra a la lectura de viejas novelas policiacas. Afortunadamente, con el tiempo, va saliendo de ese marasmo y, en 1979, Bruguera le edita Dejemos hablar al viento, otra espléndida novela ambientada en Santa María y en la que hila mejor que nunca sus temas de siempre, la imposibilidad de la comunicación y el malentendido de la relación amorosa. Al año siguiente, 1980, Onetti, a quien los premios han sido por lo general esquivos, recibe el más alto en lengua castellana, el Miguel de Cervantes.
En los últimos diez años, Onetti permanece voluntariamente enclaustrado en casa, sin salir de la cama como quien dice. En 1985, la democracia regresa a su país y el nuevo presidente, Julio Sanguinetti, lo invita a las ceremonias de restitución. El novelista agradece el gesto pero se queda en Madrid mientras el gobierno uruguayo le concede el Gran Premio Nacional de Literatura. Onetti no para de escribir (a su modo, a rachas, en papeles sueltos) y en 1993 puede entregar a Alfaguara su canto de cisne, la novela Cuando ya no importe, otro eslabón más de su saga santamariana. En 1994, el 30 de mayo, el escritor fallece en una clínica de Madrid a los 85 años de edad.
Su magisterio y su ejemplo siguen sobreviviéndole quince años después. Un novelista latinoamericano de una hornada posterior, Juan Villoro, ha resumido bien su duende: “Para mi generación, Onetti fue el perfecto héroe de la renuncia. Su imagen célebre es la de alguien ajeno a toda actividad mundana, siempre acostado, muchas veces sin camisa, los gruesos anteojos dirigidos a un libro o al interlocutor al que miraba como si ya se hubiera ido, el vaso de whisky en el buró, orbitado por el humo del tabaco: un tumbado que se entrega a la épica de soñar”.

Texto Carles Barba