martes

Discurso de JUAN CARLOS ONETTI-(Recepción del Premio Cervantes, 1980)

Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en España.Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.

Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi gratitud a España.

El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: "Si no esperas, no te sobrevendrá lo inesperado". He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.

Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un penúltimo grano de arena.

Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien brazos.

He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia, es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos, no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista auténtico.

He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día, intocada, misteriosa, transparente y pura.

A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.

El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta, conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada, la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido, va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y comentadas.

Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.

Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.

Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así. Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin pensarlo, pero conscientes de que existe.

Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré, hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la lectura obligatoria del Quijote.

Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.

Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que todas las repúblicas de América se enteraran de ello.

El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento, que he dicho la verdad, honestamente.

Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: "Ubi Libertas lbi Patri".

Gracias, Majestad; gracias, España.

jueves

“Todos somos iguales ante una partitura de Beethoven”

El músico argentino-israelí, que inicia hoy una serie de presentaciones, explica el sentido de su trabajo al frente de la West-Eastern Divanh Orchestra: “Esta no es una orquesta para la paz. Para la paz se necesitan otras cosas, justicia, estrategias y comprensión”.

“Las dictaduras no dejan pensar. Por eso la gente, para pelear con ellas y para defenderse, piensa. En las democracias se puede pensar. Es fácil. Y por eso se deja de hacerlo. Se pregunta cómo es posible que si todos dicen querer la paz ella no sea posible. Y es que antes de otras cosas, hay que pensar. Si no se piensa, la paz no es posible.” Daniel Barenboim dice sentirse, con los años, cada vez más cerca de la Argentina. Estuvo en Buenos Aires hace diez años, para conmemorar el cincuentenario de su primer concierto. Y ahora vuelve para festejar los sesenta años de aquel debut. Cuenta que el lunes a la noche, recién llegado, luego de cenar con amigos fue a ver la casa de su infancia: “La vi de afuera, vaya a saberse qué han hecho por dentro”, señala. Habla con el porteño un poco antiguo de quien se fue hace tiempo y con un vago, inidentificable, acento extranjero. Vuelve, una y otra vez, a la cuestión de la paz, de la educación musical y de la cultura como patrimonio de los pueblos. Y dice: “Para estar aquí dejamos de ir a los festivales de Lucerna y de Salzburgo, así como en 2000 había dejado de ir a Bayreuth. No importa. Vale la pena. Quería estar aquí”.

Una foto temprana, publicada en la primera edición de su libro de memorias (o más bien de reflexiones acerca de su vida con la música) lo muestra parado junto al piano, de pantalones cortos pero con una expresión de extrema seriedad y concentración. La expresión no ha cambiado demasiado y Barenboim bromea. “Era un niño prodigio; sólo he dejado de ser prodigio”. Recuerda sus comienzos, y es severo consigo mismo. “En uno de los primeros conciertos en que dirigí a un solista, tendría 23 o 24 años, y me tocó dirigir a Rubinstein. Yo, que en ese entonces creía que sabía, le pregunté ‘¿a qué tiempo quiere que tome los tutti?’. ‘Al tempo giusto’, me contestó. ‘Trataré de seguirlo siempre’, dije entonces. ‘No lo haga’, me respondió él. ‘Si me sigue va a estar siempre detrás mío, y tenemos que estar juntos’.” Desde ese momento hasta la actualidad ha pasado mucho. Hoy Barenboim es uno de los músicos más importantes e indiscutidos, no sólo por sus interpretaciones sino por la claridad de sus puntos de vista y por la tarea humanística que lleva adelante con la West-Eastern Divanh Orchestra (ver recuadro). Tanto como pianista como en el papel de director de orquesta, ha impuesto su sello a cada una de las actividades que llevó adelante y cada uno de los organismos que condujo, empezando por la Sinfónica de Chicago o el Festival de Bayreuth. Es, sin duda, una de las estrellas del mundo de la música clásica y, no obstante, pocos se parecen menos que él a lo que el mercado espera de una estrella. Grabó siempre lo que le interesó, más allá de lo que las compañías discográficas pudieran preferir, y armó sus programas siempre como le vino en gana. “Mi padre me enseñó que la independencia es lo más importante, mucho más que la fama o el dinero”, reflexiona. “A veces digo que sé hacer muchas cosas, pero nunca aprendí a nadar. Un buen nadador busca siempre la corriente a la que acomodarse. Por eso no nado. Nunca pude y nunca quise acomodarme a las corrientes, así que voy en contra de ellas.”

Parte de esa independencia puede verificarse en la elección de la obra que hará en el ciclo de Conciertos del Mediodía, Dérive No. 2, de Pierre Boulez. “Es una obra extraordinaria”, dice. “Hace cuarenta años que dirijo música de Boulez y es un compositor que admiro muchísimo. Pero ésta es una obra fantástica, casi treinta minutos de un solo movimiento en crecimiento constante. Creo que es la obra que más placer me dio en mi vida en el momento de la lectura”. Que esta composición pueda ser hecha por integrantes de West-Eastern Divanh es una prueba, por otra parte, del nivel al que llegó esta orquesta, que comparte concertino con la Filarmónica de Berlín y cuyo solista de oboe, por ejemplo, lo es también de la Filarmónica de Viena. “Fue una orquesta juvenil al comienzo pero ya no, gracias a que muchos de los músicos han querido quedarse. Y también debo aclarar que no es cierto que Edward Said y yo hayamos decidido formar una orquesta. Nunca se nos ocurrió que fuera posible. Nuestro plan era hacer un proyecto humanitario, e igualitario, que tuviera a la música en primer plano. Una serie de talleres que desembocaran en una serie de conciertos. No sabíamos con cuántos músicos nos encontraríamos, en Palestina u otros países árabes, que tuvieran nivel como para tocar. Para la primera convocatoria hubo doscientos inscriptos, sólo del mundo árabe. No todos tenían buen nivel pero los mejores tenían muy alto nivel. Resulta impresionante ver a lo que se ha llegado, teniendo en cuenta que más del sesenta por ciento de los integrantes nunca había formado parte de ninguna orquesta y el cuarenta jamás había escuchado a ninguna en vivo. Que esa misma orquesta pueda hoy tocar las Variaciones de Schönberg en el Festival de Salzburgo y dejar al público con la boca abierta es un gran orgullo. Hay que decir, además, que los músicos tienen verdadero coraje cívico. En muchas ocasiones para participar de esta orquesta deben ir en contra de las leyes de sus propios países, que no les permiten tener contacto con los otros.” Una violinista integrante de la orquesta, israelí descendiente de argentinos, cuenta al respecto: “Uno tiene miedo a lo desconocido y a lo diferente. La experiencia es que, al conocer a quienes deberían ser mis enemigos como gente, como personas, como músicos, el miedo baja”.

Barenboim fue, casi al llegar, al recién reinaugurado Teatro Colón. “Verlo como nuevo, es decir con todo lo viejo respetado, con toda esa belleza, y volver a vivir todos los recuerdos de los grandes músicos que escuché allí, fue para mí una experiencia muy intensa y agradezco infinitamente a las autoridades que nos permitan tocar en ese teatro.” El director cuenta las historias personales de varios de los integrantes de la orquesta, entre ellos uno de sus hijos, que en la actualidad es uno de los concertinos. Reflexiona acerca de cómo el hacer música juntos los transforma y, a la vez, aclara: “Esta orquesta no es un proyecto político. Me preguntan cómo puede no ser político algo que involucra que estén juntos israelíes, jordanos, sirios, egipcios, turcos. Y es que la política es el arte del compromiso y la música es el arte de todo menos el compromiso. Se dice, muchas veces, que ésta es una orquesta para la paz. No es así. Para la paz se necesitan otras cosas, justicia, estrategias y comprensión. Esta orquesta es un modelo alternativo. Y pone en escena la pregunta de por qué quienes son supuestos enemigos pueden funcionar juntos en una orquesta y no en la vida cotidiana. Y la respuesta es sencilla. Ante una partitura de Beethoven, y digo Beethoven solamente porque es la música que haremos aquí, todos somos iguales. Nadie pregunta nuestra cédula de identidad y todos tenemos los mismos derechos y posibilidades, lo que, lamentablemente, no sucede en nuestra región, donde hay territorios que están ocupados desde hace 43 años. Por supuesto, siempre que hay un conflicto las culpas están repartidas. Pero, en este caso, hay una responsabilidad mayor de unos que de otros, en tanto unos ocupan los territorios de otros. Una orquesta no puede solucionar eso. Eso se soluciona de otras maneras”.

Para Barenboim todo está cargado de significado. Si para Godard hasta un travelling era una cuestión moral, para este músico capaz de dirigir Wagner de memoria, tocar al día siguiente la obra pianística de Schönberg y, como si con eso no fuera suficiente, conducir la misma semana la integral de las sinfonías de Beethoven, o de Bruckner o Mahler, cada matiz, la manera de resaltar un tema en una voz o de hacer una mínima pausa antes del ataque de un motivo determinado jamás son cuestiones puramente sonoras. O sí, pero en su idea del sonido puro se encierra una cierta metáfora del universo. “Una programación requiere una cierta dramaturgia –explicó Barenboim a Página/12–. Yo creo que las obras que se tocan deben tener una afinidad o tal vez un gran contraste. Por eso incluimos, en uno de los dos conciertos de cámara que haremos, a Schönberg, un compositor que cada vez me interesa más. Cuando yo me fui de Argentina, tenía 9 años y Schönberg no era nada conocido. No sólo aquí sino en el mundo. La modernidad era Bartók, Prokofiev, Shostakovich. La segunda escuela de Viena, para mí, fue un descubrimiento posterior. Y, sobre todo, Schönberg, que es alguien visto generalmente como inaccesible y áspero. En primer lugar, no siempre lo sencillo es accesible. A veces es simplemente aburrido. Y tampoco es cierto que lo complejo sea necesariamente inaccesible. Ycualquier cosa, para que pueda ser disfrutada necesita cierta familiaridad. Y no se trata sólo de la familiaridad de la música de Schönberg con el público sino, también, con los músicos. Una orquesta que toca una pieza difícil, como las Cinco piezas Op. 16, una vez cada diez años y a las apuradas como para estudiar todas las notas, jamás va a poder hacer que la obra sea disfrutada porque no la van a disfrutar ellos. En este caso, en que tocaremos la transcripción para dos pianos, también nos fue resultando cada vez más familiar.”

miércoles

Prólogo a "Cuentos completos", Francisco Espínola

Cuando se habla de Francisco Espínola hay que deslindar, sabiamente si es posible, la imagen del hombre -—profesor, charlista—- de lo que tiene que ver con su tarea estrictamente literaria como creador. Por un lado la imagen de Paco es evocadora, para muchos, de todo un cálido ámbito donde vive —sobrevive— el conferencista sensible, inteligente, que discurría sobre temas tan diversos como lo pueden ser "La Creación literaria" o "Carlos Gardel"; " .. su obra de maestro fue desarrollada en inmensas, incansables, innumerables charlas llenas de humor apasionado y en cientos de clases del más alto nivel cuya riqueza de imaginación y

afinamiento eran tales, que podía detenerse preciosamente —dos años y sin repetirse— en el análisis estilístico del "Canto Quinto de la Odisea". Así lo recuerda Carlos Maggi. Espínola se ganó en este terreno un afecto que hoy, a siete anos de su muerte, vive en el cálido recuerdo de muchos que le conocieron. Incidentalmente hay que señalar también sus preocupaciones respecto a temas fundamentales del país, una preocupación que, en lo estrictamente político, lo llevó a participar directamente en episodios como Paso Morlán, en 1934.

Pero el propósito de estas líneas es centrarnos fundamentalmente en su tarea literaria y, especialmente, en sus cuentos. La obra edita de Espínola, aunque desarrollada a lo largo de muchos años, es escasa: dos libros de cuentos ("Raza Ciega", 1926; "El Rapto y otros cuentos", 1950); una novela ("Sombras sobre la tierra", 1933); una obra teatral ("La fuga en el espejo", 1937) y un ensayo sobre temas de estética ("Milón o el ser del circo", 1954). En este resumen no hay que dejar de citar "Saltoncito", obra destinada a los niños, y el inconcluso:—aunque se han editado varios capítulos— "Don Juan el Zorro".

Un orbe literario con altibajos, por supuesto. Tanto su obra teatral como su ensayo sobre estética no parecen tener el valor que, en su momento, señaló alguna crítica. Por el contrario, su obra narrativa tiene no solo vigencia sino un lugar a llenar en el panorama de las letras uruguayas; quizás su única novela, "Sombras sobré la Tierra"—a pesar de los hallazgos en la recreación de ambientes (los prostíbulos del interior) y en la formulación de personajes y situaciones— se nos hace hoy un tanto reiterativa, algo desprolija, y débil en la intención de crear un orbe metafísico en torno del personaje central. De todas maneras esta novela, editada en 1933 —el autor tenía sólo treinta años—, ocupa un lugar destacado en la evolución del género en nuestra literatura.

* * *

En una valoración global de la narrativa de Espínola la elaboración estilística tiene un lugar clave: quizás aquí estriba uno de sus aportes fundamentales. Espínola posee un estilo nítido, preciso; sus relatos están siempre cuidadosamente elaborados, nada sobra ni está puesto porque sí. El autor sabe siempre a donde quiere ir. Un trabajo calculado, consciente, de un narrador al cual el relato nunca se le va de las manos. "Cuando escribía los cuentos de Raza Ciega, después componiendo Saltoncito o algunas otras cosas, yo mantenía una actitud vigilante respecto a las técnicas, o los procedimientos de realización, cuyos problemas íbanse presentando y debía, en la ocasión, resolver como podía (. ....) Y era este un honrado afán. Porque en arte el deseo de dominar en lo posible una técnica no nace del propósito de aderezar, de hacer que las cosas sean mas lindas, sino para que ellas puedan pasar al receptor, al lector, tal como son, tal como están en uno, lo mas fielmente posible". Así lo definía el propio Espínola. Un dominio del oficio narrativo, de sus técnicas, que le permite —por el claro dibujo del relato, por la precisa arquitectura de la narración— resolver positivamente cuentos que, en algún caso, atendiendo a otros aspectos, podrían parecer de tono menor.

Pero lo realmente importante, como lo verá el lector en varios de los cuentos aquí reunidos, es notar cómo esa preocupación estilística —un trabajo de orfebre casi— no sale a la superficie, no se exterioriza. Por el contrario, el relato fluye fresca y naturalmente; aunque si miramos atentamente, se nota algo así como una "tensión interior" que vertebra muchos de sus cuentos: el juego de los diálogos, el uso del "tiempo" narrativo", la forma como recurre a palabras e imágenes, sabedor del poder evocador de cada una de ellas, revelan al narrador atento al uso de todos los recursos literarios. Pero, importa reiterarlo, esto no sale primariamente a luz; el lector no queda con la sensación de artificiosidad que, ante tanta preocupación formal, podría suponerse. ;

Este dominio del arte narrativo se hace deslumbrante en "Don Juan el Zorro"; un libro inconcluso, inédito en su mayor parte, pero que muestra al escritor maduro que cuenta, fresca y gozosamente, las peripecias dé este personaje creado a partir del meollo mismo de las tradiciones populares. Las comparaciones, las minuciosas descripciones de ambientes, el humor que irrumpe —sabiamente convocado— en medio de las situaciones más dramáticas o solemnes, van estructurando un relato, a medio camino entre lo real y lo maravilloso, ejemplar en la literatura uruguaya, lo formal, como dice Maggi, es tan importante o más, que el propio contenido argumental de la narración. Inconcluso, "Don Juan el Zorro" es, atendiendo especialmente a los procedimientos técnicos, la culminación de la narrativa de Francisco Espínola.

Es ese mismo dominio de su oficio el que le permite, volviendo a sus cuentos, crear relatos como "Yerra" ó "Visita de duelo"; cuentos breves y sin excesivas pretensiones que, sin embargo, son excelentes testimonios de una capacidad para crear una atmósfera (situaciones, anécdotas, personajes) a través de rápidos pincelazos. En "Yerra", por ejemplo, el relato surge pleno de fuerza y color: en medio de un clima poblado de gestos, ademanes y gritos, la anécdota se desarrolla viva, nerviosamente; incluso el enfrentamiento de los dos hombres tiene, a pesar de la leve aura de humor que tiñe el cuento, gran fuerza dramática. Lo mismo cabe decir de cuentos como "El Angelito", "El hombre pálido", "los Cinco" y, por supuesto, esas dos obras maestras del relato breve que son "¡Qué lástima!" y "Rodríguez".

En la cuentística de Espínola importa destacar también el conocimiento que tiene el escritor maragato del mundo que quiere recrear, sea éste urbano, suburbano, o decididamente rural. Precisamente a este ámbito, el rural, pertenecen la mayoría de sus cuentos; temas, situaciones, incluso tradiciones populares (el velorio de los angelitos, por ejemplo), son reelaborados literariamente. Los personajes de este mundo son, inmersos en su entorno, seres primarios, arraigados y confundidos en la vida elemental del campo.

Importa destacar especialmente que el autor no se limita a una simple copia de la realidad; por el contrario Paco descubre en estos despojados seres nuevas posibilidades: la ternura, la solidaridad, la compasión a veces, los dimensiona de manera distinta. "A mi no me gustaba la literatura gauchesca—dice el autor— yo quería algo mas delicado". Delicado es en Espínola, en medio de una narrativa afincada en el realismo, esa búsqueda de matices interiores, ese intento de ampliar el diapasón para recrear, contando, las peripecias humanas. De ahí que en "El hombre pálido" o "Cosas de la vida" los maleantes que llegan hasta los ranchos a robar se sientan oscuramente tocados y desistan; la piedad, la solidaridad, sutilmente elaboradas, surgen de improviso en estos hombres decididos a todo. Otras veces, como en "¡Qué lástima!", es la ternura, sugerida por gestos o palabras, lo que atraviesa al sesgo a los dos paisanos que beben desoladamente en un perdido boliche de campaña. Todo queda allí temblando en un sutilísimo ámbito a medio camino entre el humor y la tristeza, hasta que una cálida ternura envuelve a los personajes "como bajo una caricia", según dice Espínola en otro de sus cuentos. Se trata sin duda, de un relato ejemplar que bien podría tener como acápite la cita de Cervantes que encabeza "Don Juan el Zorro": "... y tiene aquel tono triste con que alegrarnos solemos".

Otras veces esta función catalizadora tiene como vehículo el humor que, viva o soterradamente, recorre muchos de sus mejores cuentos. En "Los Cinco" el humor se hace grotesco, supera la realidad y trastoca todos los planos; hasta que de golpe, cuando acaba, quedamos sumidos en una delicada sensación de melancolía. En el caso de "Rodríguez" el humor sirve para ir jugando sabiamente el enfrentamiento entre aquella artera, mágica, figura que espera en el bajo, y ese Rodríguez que, ajeno a todo, mansamente, trota en su zaino. Un relato magistral por el afinado juego de lo real y lo sobrenatural, por la economía de recursos, por la brevedad; una brevedad que no le impide crear personajes y situaciones —tiene hasta; un cierto "crescendo" dramático— de impecable nitidez. Un cuento donde, como bien lo define Visca, lo mágico y lo real "se fusionan sin solución de continuidad, creando un clima poético en cuya elaboración son factores esenciales el humor y la gracia".

* * *

La crítica ha insistido mucho en esta capacidad de Espínola para redimir, salvándolos, a estos seres elementales. Un proceso que, como vimos, se realiza tomando la ternura, la compasión, la solidaridad o simplemente el humor, como vehículo catalizador. Pero se ha insistido también en señalar cómo logra Espínola instaurar en tales ambientes un clima ético, metafísico o existencial, de múltiples posibilidades y resonancias. Hombres primitivos en cuyo interior luchan agónicamente fuerzas (el bien, el mal, la pureza) que dan proyección universal a sus conflictos; "almas de dimensión trágica" definen Visca, Zum Felde y Esther de Cáceres.

Hasta aquí la crítica. Creemos que esto debe ser reexaminado con la cautela y la perspectiva que el tiempo necesariamente permite. En "Sombras sobre la tierra", por ejemplo, las referencias metafísicas y cristianas nos parecen extemporáneas, agregadas a personajes que no tienen la estatura suficiente como para hacerlas creíbles. Y pensamos que este "clima ético que busca Espínola (incluso ea su obra de teatro) no es la vertiente de sus mejores logros. Es probable que si el lector centra su atención en esta zona, algunos de los cuentos le resulten desvaídos, pobres: a medio camino entre la intención y lo realmente realizado.

Subyace en toda la literatura de Espínola una particularísima y coherente forma de concebir los aconteceres humanos; el autor tiene, frente a lo que quiere contar, una mirada. eminentemente cordial que él mismo describe así: Gorki (...) me infundió creo, el modo, la actitud tan francamente respetuosa —reverencial, mejor— y tierna de recibir en el alma al personaje que se está creando; en la necesidad de descubrirlo, más para admirarlo y amarlo desde una intensa soledad íntima, que para ponerlo, en escritura...". Una actitud de abierta simpatía que va ganando terreno paso a paso. ("Hay que ir entrando sin apuro, como quien no quiere la cosa, en el ánimo del que pretendemos que se nos entregue ..." dice el cantor en "Don Juan el Zorro"), que va creciendo y buscando aprehender los matices sicológicos, el entramado mismo de estos hombres.

Pero Espínola apunta más alto. Baste en todos sus cuentos: una deliberada búsqueda de seres humildes, un universo poblado de hombres y mujeres marginados, fronterizos vivientes en dramáticas situaciones, que configura una de las facetas claves de estos cuentos. Es un aspecto que conviene subrayar, en la medida que pone de manifiesto las convicciones sociales y existenciales del autor.

***

El lector queda frente a un escritor de indiscutible importancia; un narrador que nos ha dado dejado una obra literaria que aunque ambientada en lo rural, recorre un camino absolutamente original que lo diferencia de todos los creadores nacionales. En suma: un estilo cuidado, preciso –deslumbrante muchas veces-; paisajes, temas y personajes reales, verosímiles, verosímiles, incluso cuando los atraviesa y los transforma la compasión, el humor o la ternura. Un conjunto de elementos que se conjugan para que el lector acceda a un universo narrativo, por muchas razones, clave en la literatura uruguaya.

jueves

Cuál sería tu origen

Quizás el de cavidad partiendo piedras, tallista
quizás el de viejo vendiendo frutas en la calle.

Tu camino, el del ausente entre ausentes
el del artista del arte.

Poeta de universo, el de adoquines gastados
estrellas que se allegan, fantoches, bichos de luz.

Exorcista, letra rechazando espíritus
aprobando en bazares de miserias
instrumentos humanos del dolor.