(Para realizar este reportaje enviamos a JCO, más que una lista de preguntas, una serie de temas y cuestiones ligados a “La novia robada” en particular y a su obra en general. Sus respuestas no necesitan comentario ni encuadre: hablan y se justifican por sí mismas, de allí que hayamos preferido incluirlas sucesivamente, sin entorpecerlas con interrupciones o agregados. Ricardo Piglia)
No recuerdo cuándo escribí "La novia robada". ¿De dónde viene ese cuento? Convendría hablarle de inspiración y trance y medium. Porque cada vez que mi amigo Sherlok Holmes le explicaba deducciones a Watson éste pensaba con desencanto: "Elementary Holmes". En literatura todo es elementary hasta que se produce una reunión misteriosa que no necesita –ni soporta- más adjetivos. Era una niña muy hermosa que trabajaba o concurría a una embajada en Montevideo. Tuvo novio, se comprometió, hizo un viaje a Europa para comprar encajes, puntillas o lo que sea necesario para un vestido de novia. Cuando volvió, el prometido mostróse renuente. (Perdón: me divierte escribir en gallego y otros galleguean hasta conseguir un gran premio nacional y tal vez, de propina, un gallego joven.)
Cuando supe: -¿Y ahora? Laura Dolores se hará un uniforme de novia para ir a la embajada, para viajar en taxi, para recorrer vidrieras. Era un mal chiste; pero yo lo estuve viendo así. A esto se agrega la historia de una mujer que cincuenta años atrás se paseaba vestida de novia, en noches de luna llena, por el jardín de un caserón de Belgrano (R). En algún momento las cosas se juntaron y tuve que escribir el cuento de un tirón como se escriben todos los cuentos, aunque después se corrija, alargue o suprima.
No; no puedo decirle nada del cuento en general ni de su autonomía ni de cuánto pesa en lo que llevo escrito. Cuando a uno le ocurre un cuento no tiene más remedio que liquidarlo por lo más en un par de días o noches. Y, por lo menos, el esqueleto. Cuando la ocurrencia es una novela, hay que resignarse y tenerla y escribir un año o dos.
En ambos casos, la palabra fin es en verdad la última palabra. La historia, aventura o ensueño queda liquidada para siempre. Ya no me importa, ya no es mía. Se trata de algo que alguien hizo y que yo no leeré. Ni siquiera para corregir pruebas. En cuanto a límites y ventajas, debe haber algún candoroso error. Si usted escribe una novela, sabe confusamente que existen fronteras mucho más lejanas que las que impone el cuento. Si su agradable tortura es un cuento, también reconoce la imposición de un límite. Pero en ningún caso se trata de ventajas. Piense en Kipling y en Quiroga. Cuando quisieron hacer novelas el viaje terminó en fracaso. A mi juicio, Perogrullo tenía razón: todos los temas narrativos están condenados a ser cuentos, short stories, long short stories, nouvelles o novelas o cualquier otra dimensión que hayan inventado las revistas porteñas en las últimas semanas. Con frecuencia, el escritor se equivoca. Pero, personalmente, no creo que busque “ventajas”. Hablo de los que tienen talento, que, por otra parte, son los únicos que cuentan.
No recuerdo cuándo escribí "La novia robada". ¿De dónde viene ese cuento? Convendría hablarle de inspiración y trance y medium. Porque cada vez que mi amigo Sherlok Holmes le explicaba deducciones a Watson éste pensaba con desencanto: "Elementary Holmes". En literatura todo es elementary hasta que se produce una reunión misteriosa que no necesita –ni soporta- más adjetivos. Era una niña muy hermosa que trabajaba o concurría a una embajada en Montevideo. Tuvo novio, se comprometió, hizo un viaje a Europa para comprar encajes, puntillas o lo que sea necesario para un vestido de novia. Cuando volvió, el prometido mostróse renuente. (Perdón: me divierte escribir en gallego y otros galleguean hasta conseguir un gran premio nacional y tal vez, de propina, un gallego joven.)
Cuando supe: -¿Y ahora? Laura Dolores se hará un uniforme de novia para ir a la embajada, para viajar en taxi, para recorrer vidrieras. Era un mal chiste; pero yo lo estuve viendo así. A esto se agrega la historia de una mujer que cincuenta años atrás se paseaba vestida de novia, en noches de luna llena, por el jardín de un caserón de Belgrano (R). En algún momento las cosas se juntaron y tuve que escribir el cuento de un tirón como se escriben todos los cuentos, aunque después se corrija, alargue o suprima.
No; no puedo decirle nada del cuento en general ni de su autonomía ni de cuánto pesa en lo que llevo escrito. Cuando a uno le ocurre un cuento no tiene más remedio que liquidarlo por lo más en un par de días o noches. Y, por lo menos, el esqueleto. Cuando la ocurrencia es una novela, hay que resignarse y tenerla y escribir un año o dos.
En ambos casos, la palabra fin es en verdad la última palabra. La historia, aventura o ensueño queda liquidada para siempre. Ya no me importa, ya no es mía. Se trata de algo que alguien hizo y que yo no leeré. Ni siquiera para corregir pruebas. En cuanto a límites y ventajas, debe haber algún candoroso error. Si usted escribe una novela, sabe confusamente que existen fronteras mucho más lejanas que las que impone el cuento. Si su agradable tortura es un cuento, también reconoce la imposición de un límite. Pero en ningún caso se trata de ventajas. Piense en Kipling y en Quiroga. Cuando quisieron hacer novelas el viaje terminó en fracaso. A mi juicio, Perogrullo tenía razón: todos los temas narrativos están condenados a ser cuentos, short stories, long short stories, nouvelles o novelas o cualquier otra dimensión que hayan inventado las revistas porteñas en las últimas semanas. Con frecuencia, el escritor se equivoca. Pero, personalmente, no creo que busque “ventajas”. Hablo de los que tienen talento, que, por otra parte, son los únicos que cuentan.