viernes

El hermoso delirio

Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juega a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién? ¿quién te ha ungido? ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.

Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 29 de abril de 1936 - Ibíd., 25 de septiembre de 1972)

jueves

Quijano era "Marcha"

La primera vez que vi a Quijano fue en su despacho de abogado mientras planeábamos la salida de Marcha. Era a principios del año 39 después de las vergüénzas de Munich y del Comité de No Intervención. La última vez fue en la cárcel, hermanados por una acusación de pornógrafos.

Corno bien saben los restantes países civilizados, el Urugay se divide en dos: Blancos y Colorados. Los colores no responden a caprichos cromáticos sino que se originan en una lucha de caudillos: Don Frutos Rivera, colorado él contra don Manuel Oribe, blanco él. Del primero puedo decir, corno aporte histórico que tuvo corno secretario a don Pedro Onetti, que sí sabía leer y escribir. Era mi bisabuelo, pero estas virtudes no son hereditarias. De Oribe debo destacar su manía ordenancista y el extraño prejuicio de condenar las distracciones de los dineros públicos. Si hubiera nacido en México su carrera política habría muerto al nacer. Fue también mandatario de Rosas, el tirano argentino.

Además de los dos grandes partidos fueron surgiendo por democracia o por hambre, el Socialista, el Católico, el Comunista. Pero cualquiera que sea el marbete adoptado allí somos blanco o colorados y siempre de toda la vida de más atrás, de toda la vida de padre y de abuelos. No olvidemos que aquellos a los que tocó por nacimiento ser blancos, lo son "como hueso de bagual", y los que nacieron colorados como "sangre de toro".

Ninguno de los grandes partidos engaña al electorado con distintas plataformas políticas ni con promesas de cumplimiento imposible. Pero ambos están, en definitiva, por el juego limpio, por la convicción de que es el pueblo quien debe elegir sin trapisonda ni espontáneas salvaciones impuestas.

Existió y actuó alguien cuya grandeza continúa flotando muy por encima de lo que el país merece. Se llamaba Artigas. Era incorruptible y supo decir ante los delegados del pueblo oriental: "Mi autoridad cesa ante vuestra presencia soberana".

Agrego que si allá abajo, en mi sur, alguien responde a un inquisidor insolente: "Soy socialista" le dirán: "Claro, ya sé, ¿pero blanco o colorado?" Y si usted contesta a otra posible pregunta no tan dispar: "Soy hincha de Wanderes, viejo y peludo", le dirá que bueno, pero "¿Sos de Peñarol o Nacional?".

Personalmente me consta que los diálogos propuestos ya no funcionan entre los adolescentes de allá, mi sur, aunque no lo cante Ducho.

Vuelvo a Quijano, del que nunca me separé totalmente y siempre admiré por la voluntad de jugarse sin concisiones, imperturbable ante la mediocridad arriba descrita y que estaba condenado a soportar con desprecio. Admiración sí y muy larga, que no aminorará la muerte. Pero no inspiraba cariño. Nunca lo provocó ni lo quiso.

Una vez me habló de su indiferencia por la soledad política que había elegido y se empeñaba en mantener. Y recuerdo su comentario final: "Tal vez se trate de soberbia satánica. No importa".

Pero, angélica o mefistofélica, su soberbia era indudable. Aparte de hijos y parientes y exceptuando al desaparecido Julio Castro, no creo que haya querido a nadie en profundidad. Tal vez tuviera afinidad intelectual con Ardao. Claro que estoy hablando de los tiempos de Marcha semanario, cuan do nos veíamos diariamente.

En todo caso, jamás permitió que nada ni nadie entorpeciera la tara que se había impuesto: la defensa de Latinoamérica contra la agresión permanente de eso que otros llamaron "la gran democracia del norte". Y para cumplir esta tarea fundó y dirigió el semanario Marcha. A Quijano le tocó nacer blanco y muy joven se interesó por la política. Fue elegido diputado y pronto estuvo enfrentado a lo que se llama un porvenir brillante. Pero, supongo, fue obligado a comparar su talento y su cultura con astucias y vivezas de los mandamases cuyas solemnes tonterías debía soportar.

Pensó en iniciar un movimiento de izquierda dentro del partido que ahora se llama Nacional. Fundó un diario que estaba en exceso bien escrito y era pobre y tenía que morir. Aquí supongo una pausa que empleó Quijano en lamer heridas económicas. Hasta que nació Marcha y Marcha fue Quijano y Quijano fue Marcha durante unos muy buenos años de libertad de que disfrutó el país hasta que un decreto firmado por un señor estanciero, de innegable competencia en la cría y trato de bovinos, puso fin para siempre a aquel temible "semanario marxista".

La patria respiró aliviada ante el espantoso peligro conjurado y Quijano se trasladó oportuna y urgentemente para recibir en México una parte de todo lo bueno que merecía y que su país le negaba.

Apartando miserias y como ya dije que Quijano era Marcha, debo escribir algunas líneas sobre el semanario. Para mis compatriotas resultarán pura redundancia aunque recuerden que cada viernes éramos un poquito más felices o menos desdichados. Cuando escribo compatriotas refiero a los que considero como tales. Se trata de cualidades de orden moral que poseen tanto la señora andaluza que hace la limpieza en mi casa como mis grandes amigos españoles, y debo agregar muchas personas que he conocido en los diversos países que visité, tanto en América como en Europa.

lunes

Los archivos de la literatura uruguaya. Juan Carlos Onetti/Mario Benedetti

Correspondencia (1951-1955)
(Artículos de Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa y David Viñas)
4
Nota preliminar
I

Las cartas intercambiadas entre Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-Madrid, 1994) y Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920), estaban en poder del último. En noviembre de 1998 Benedetti nos las entregó a fin de que fueran depositadas en el Programa de Documentación en Literaturas Uruguaya y Latinoamericana (PRODLUL), de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, donde se conservan. Durante todos estos años, dos precauciones tomó el ahora célebre autor de Poemas de la oficina: 1) preservar en excelente estado los originales que le remitiera Onetti, desde Buenos Aires a Montevideo; 2) guardar una copia en carbónico de sus propias cartas.

Esta ida y vuelta del canje epistolar no sólo completa el diálogo entre dos escritores fundamentales en un período clave para la literatura rioplatense, sino que asigna a estas piezas un inestimable y raro valor. Primero, porque no es fácil encontrar el circuito de comunicación entero; segundo, porque hasta ahora casi no se han dado a conocer textos de este tipo, de uno u otro. Aún más, a seis años de la muerte de Onetti, no se ha recogido en volumen nada de su correspondencia. Tercero, estas cartas no poseen espesor confesional, en ellas sólo se discute sobre literatura o sobre la vida literaria; por último, la cuidadosa calidad de su escritura expresa una firme conciencia compositiva, la manifestación del placer por el texto más allá de la perentoria comunicación de un mensaje.

La tarea de reconstrucción de ese diálogo se vio facilitada en la medida en que todas las cartas fueron mecanografiadas con prolijidad, a un espacio, sin tachaduras ni borrón alguno. Sólo la firma de los respectivos corresponsales es manuscrita, la cual no existe en las copias guardadas durante tanto tiempo por Benedetti, puesto que sólo rubricó el original remitido a la otra orilla. El lector encontrará en las sesenta notas al pie una serie de aclaraciones, desde la simple descripción del documento hasta la explicación de algunos mensajes algo cifrados y que se desentrañaron luego de revisar las marcas contextuales. Salvo las cartas 2, 7 y 9 -las tres de Mario Benedetti-, las demás carecen de fecha exacta. Faltos de los sobres en que viajaron -y de su correspondiente matasellos- no puede determinarse con exactitud el día y el mes en que se despacharon. Pese a esto, en todos los casos se pudo ubicar con mínimo margen de error el año y hasta el mes en que fueron escritas cada una de las cinco epístolas sin data. Una elocuente ironía disparada por Onetti circula en varias comunicaciones: un día la escritura privada se hará pública, se escribe hoy no tanto para decir algo al interlocutor sino para la "gloria". Se escribe para que en el futuro "los cuervos del Instituto de Investigaciones" escudriñen, cubran de bronce, tergiversen las rectas intenciones del creador, según bromea Onetti a principios de 1952 (Carta 4). Con el mismo espíritu lúdico y con no menos ironía, dirá poco después: "No le escribo a usted, sino a la Patria. (Calcule, de aquí a cien años, a los diez de mi muerte, el brillo o punta que pueden sacarle a la frasecita ésa los muchachos del Instituto" (Carta 6). Pudo haber sido más optimista en sus cálculos, porque menos de medio siglo después, y a un lustro y poco de su muerte, se procura sacar alguna "punta" a las frases, socarronas (y no tanto), de este Onetti que, en el fondo, reclamaba perdurar y ser reapropiado como escritor uruguayo.

Para completar el cuadro se incluyen aquí tres artículos que en aquellos años rodearon el diálogo entre los dos escritores: una entusiasta reseña de Los adioses, por Emir Rodríguez Monegal, publicada en Número; otra menos conocida (y más vitriólica) del argentino David Viñas, aparecida en Contorno, de Buenos Aires y, por último, una breve y equilibrada nota de Carlos Real de Azúa sobre el volumen Esta mañana, divulgada en Escritura. La primera está mencionada expresamente en la última carta de Benedetti; las demás se omitieron en la correspondencia, aunque por cierto no fueron ignoradas por los respectivos autores.

II

La cartas van de una orilla a otra del Plata a lo largo de cuatro años exactos: entre la primera mitad de 1951 y el 18 de abril de 1955. Cuando Onetti mandó de Buenos Aires a la capital uruguaya la primera de sus notas, hacía una década que se encontraba radicado en Argentina. Cuando recibió la última que le enviara Benedetti desde Montevideo, faltaba muy pocos meses para que regresara al país de origen. Por eso el epistolario se interrumpe, ya que a partir de mediados del 55 la convivencia en la misma ciudad permite comunicarse en forma más inmediata y directa, si es que eso se llevó a la práctica.

Por entonces, Carlos Maggi y Manuel Flores Mora presentaron a su maestro Onetti al presidente de la República, Luis Batlle Berres, quien lo llevaría a trabajar como redactor del diario Acción, y después le conseguiría en la Intendencia Municipal de Montevideo el cargo de Director Extra/18, en la Dirección de Artes y Letras (División Bibliotecas). En esa repartición pública se desempeñó desde el 2 de abril de 1957 hasta el 4 de marzo de 1975, salvo los meses en que estuvo detenido por la dictadura. Ese día renunció para salir rumbo a España, de donde nunca más volverá. En Madrid se reencontrará con un Benedetti también exiliado, de quien llegó a ser casi vecino, ya que alcanzaron a vivir a poco menos de quince cuadras. Y aunque Onetti no salía de su apartamento, Benedetti llegó a visitarlo allí en más de una ocasión, sobre todo en los últimos años. Quizá no se frecuentaron demasiado en Montevideo, entre 1955 y 1974 (año en que Benedetti se vio obligado a salir del país) ni en la primera etapa del exilio (1974-1980), pero en ese lapso Benedetti escribió varios artículos sobre la narrativa onettiana, reconociéndola siempre como una de las mayores obras de esta América. Las notas -hasta el golpe del 73- aparecieron en publicaciones periódicas de Uruguay y de otros países latinoamericanos, y fueron recogidas en libro. El último episodio de esa relación literaria ocurrió en Madrid, en marzo de 1993, cuando Benedetti fue uno de los que presentó la última novela de su amigo: Cuando ya no importe.