Han
sido días movidos en lo que ha información refiere. Pero por el
momento, hay dos hechos que me han quedado dando vuelta en la cabeza y
que quisiera compartir. El primero es de índole nacional. Se trata del
cambio que el Ministerio de Educación de Chile propuso en sus Bases
Curriculares para Enseñanza Básica 2012 para denominar el periodo
político que comprende los años 1973 a 1990,
dándolo a llamar "régimen militar" en lugar de "dictadura militar". Yo
no soy politólogo, pero entiendo que "régimen" es el sistema político
que rige a una nación. En este sentido, “régimen” es un concepto amplio
que hace referencia a unas determinadas reglas que norman la dirección
del Estado; por lo que podemos hablar de régimen democrático, régimen
totalitario y, por supuesto, régimen militar. Sin embargo, según también
entiendo, una de las funciones de las Ciencias Sociales es describir
con precisión el conjunto de los procesos sociales y políticos que han
marcado la formación y evolución de una sociedad, lo que incluye la
organización y adminitración de su Estado. Y si todo intento de
descripción supone un esfuerzo por precisar determinadas cuestiones,
entonces, ¿por qué mencionar con un término tan amplio unos hechos
sociales y políticos para los cuales existe una palabra que los define
con precisión: “dictadura”? No es mi intención caer en el debate del
contexto en que ocurre esta reformulación del Ministerio de Educación:
justo ahora que de turno hay un Gobierno de derecha. No, mi inquietud no
se fija ahí, más allá de la lógica que existe en esta formulación; sino
que voy al punto de cómo una vez más la Historia –con mayúscula– es
manipulada por el poder y, a pesar de que hoy se recule en el cambio de
“dictadura” a “régimen”, nadie asegura que en el futuro esto no suceda
y, ante una mínima o nula oposición, el cambio termine por imponerse.
Entonces nos queda la pregunta: ¿quién escribe la Historia? ¿Los
pueblos? ¿A quién, entonces, le confiamos nuestra historia? La respuesta
pareciera ser a nuestra frágil memoria, o quizás al diccionario:
Régimen: 2. m. Sistema político por el que se rige una nación.
Dictadura: 3. f. Gobierno que, bajo condiciones excepcionales, prescinde de una parte, mayor o menor, del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país.
4. f. Gobierno que en un país impone su autoridad violando la legislación anteriormente vigente.
Democracia: 1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. f. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.
El segundo hecho corresponde al ámbito internacional. Hace rato que venía escuchando sobre la Ley SOPA (Stop Online Piracy Act),
pero no me había dado el tiempo de saber de qué se trataba. Finalmente,
hoy me puede informar de algo a propósito del apagón cibernético que se
dice están planeando Google, Twitter, Wikipedia y Facebook como
protesta para el 23 de enero, un día antes de que se vote el mentado
proyecto en el Congreso de Estados Unidos. El tema es muy complejo, pues
de aprobarse la Ley, el Gobierno estadounidense tendrá la atribución de
cerrar cualquier sitio web que infrinja la legislación de propiedad
intelectual, y además, sancionar con penas monetarias y de cárcel a sus
administradores. El problema que identifico es que se está confundiendo
la acción de piratear con la de compartir. Entiendo que para la web,
“piratería” es la acción de reproducir una obra sin permiso de su autor o
de quien tenga los derechos para usarla con fines comerciales; en tanto
que “compartir”, es poner a disposición determinados contenidos, con o
sin permiso de sus autores o representantes, con la exclusiva finalidad
de difundir información. Por ejemplo, este espacio llamado La antiguedad de los días,
comparte fragmentos o textos completos de diverso tipo para difundir
cultura y opinión; en ningún caso se solicita dinero por visitar el
sitio o consultar su contenido. De hecho, se intenta ser lo más riguroso
posible en citar las fuentes de las que se obtienen los textos para que
este espacio sirva de vitrina, o de sinopsis si se quiere, para que
lectores y lectoras se incentiven a leer los textos completos o
profundizar en ellos. No obstante, de aprobarse la Ley SOPA –y
dependiendo de sus alcances, pues no sabemos aún si solo regirá para
Estados Unidos o tendrá alcance mundial–, puede que este humilde blog
tenga que cesar sus funciones.
Termino de
escribir estas líneas y, la conclusión a la que llego, es que en ambos
casos la amenaza se cierne sobre las palabras; y de paso, en nuestro
conocimiento, pues se obstaculiza el acceso a la información: en un caso
a lo que respecta a su precisión –y que tiene que ver con la
perdurabilidad del hecho, e incluso, si nos ponemos rigurosos, con su
veracidad–, y en el otro a su circulación. Finalmente, esto solo termina
empobreciendo nuestra capacidad de análisis, de debate y, sobre todo,
nuestra cultura.
La fascinación de las palabras
“La
fascinación que me producía una palabra, las palabras que me gustaban,
las que no me gustaban, las que tenían un cierto dibujo, un cierto
color. Uno de mis recuerdos de infancia estando enfermo (yo fui un niño
bastante enfermo, me pasaba largas temporadas en la cama con asma y
pleuresía, cosas de ese tipo) consiste en verme escribiendo palabras con
el dedo, contra una pared. Yo estiraba el dedo y escribía palabras, las
veía armarse en el aire. Palabras que ya, muchas de ellas, eran
palabras fetiches, palabras mágicas.
[…]
Yo creo
que desde muy pequeño, mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no
aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba que me dijeran que eso
era una mesa, o que la palabra ‘madre’ era la palabra ‘madre’ y ahí se
acababa todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre
empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a
franquear y en el que a veces me estrellaba.
En suma,
desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se
diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber
nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”.
Publicado 9th January 2012 por Lector
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